lunes, 17 de diciembre de 2012

Delicioso olor a pomelo

Martín siempre fue un poco más alto que los demás, por lo menos en el barrio, en la escuela, en el colegio y en la universidad.


Será por eso que se acostumbró a ser el último y, si aparte se agrega que era -sigue siéndolo- muy tímido, cuando él llegaba adonde fuera, era tarde, ya no había.
 
Juanita era pequeñita, cuando pequeña y es pequeña ahora que es mujer grande.
 
Era la primera de la fila, la primera del curso, la primera en contestar y también la primera en ser retada por hablar tanto.
 
Cuando lo conoció a Martín decidió que ese era el amor de su vida, su juguete grande, su amigo grande que siempre, siempre la iba a cuidar.
 
Martín estuvo de acuerdo, cuando ella se daba vuelta desde el asiento de adelante y le hacía morisquetas, él, al fondo, sentía que le llegaban los aromas a pomelo.
 
Porque Juanita tenía un delicioso olor a pomelo.
 
Por eso, cuando Martín toma un Sauvignon Blanc ese pomelo le trae la suave melancolía de aquel otro.

Es lo único que él pudo guardar de ese amor, que como muchos, no fue para siempre.

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