Juan y Pedro no son lo que alguna vez quisieron ser...
Juan se fue en los setenta a Davis, se maravilló con Napa Valley,
volvió con las ideas y las ganas de hacer todo eso en Mendoza, esa
Mendoza de hacer producir mucho a las plantas para hacer mucho vino de
mala calidad.
No lo escucharon, peor que eso, le dieron un puesto menor en análisis de suelo.
Lo enterraron a Juan y a sus planes.
Pedro quiso ser artista, no pudo evitar la presión de su padre y trató,
y tampoco pudo ser abogado, trabaja en la empresa familiar, cada vez
que desea intervenir en alguna conversación le dice...
"Mirá quién habla, habla el Doctor" recordándole que ni siquiera fue capaz de tener el título que la familia quería.
Salen juntos a la montaña, en el camino de ida cada uno cuenta sus
pesares, sus frustraciones, sus enojos, recorre el listado de los
enemigos.
Empiezan a tomar altura y, será por el cansancio,
están fuera de estado, se callan, y algo sucede cuando un par de horas
después, en la cumbre o no, se detienen para comer algo, tomar y
charlar.
Ahí Juan cuenta sobre sus planes de hacer vinos
varietales, de achicar la producción de esas generosas Malbec o Bonarda,
hacer maceraciones largas, en frío, fermentaciones con levaduras
seleccionadas y guardar en pequeñas vasijas de roble.
Pedro a
cambio le cuenta que pronto volverá a pintar, que nunca olvidó a
Pollock, y que esas abstracciones que autorizan cualquier desorden
creativo es lo suyo.
Será que el valle queda lejos, que las
cumbres que rodean a la cumbre donde están son pretenciosas y tan
bellas, que, qué menos que creer que si, que por supuesto si.
Que Juan hará su vino Malbec de alta gama y que Pedro pintará enormes cuadros entrando y saliendo de colores y formas.
Cuando vuelven, los temas de siempre parecen esperarlos.
A veces sucede que Juan, o Pedro, hacen un comentario, el otro, por suerte, hace un gesto como diciendo...
"Ahora no, todavía me dura la cumbre".
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