Juan sale temprano al parque de su casa, el frío lo espera y el escalofrío lo recorre, está
por decidir dar media vuelta y volver a entrar cuando a ese sentir frío
se le agregan los recuerdos de las mañanas temprano en el sulky del
Abuelo Gregorio, el salir de la bolsa de dormir en la altura y aquella
vez que la noche, con su frescor lo encontró caminando en la playa y el
rumor de las olas y el gusto a mar.
Juan
deja que el frío le siga contando, camina, recorre sus árboles, atento a
que ninguno haya decidido salir y no volver y el frío se
va.
Juan sabe que el frío y él tienen sus secretos y, no puede, como quien se acuerda de sus maldades, no sonreír.
María
destapa la enorme paellera donde, obvio, la paella rompe en todos los
aromas, a empellones entran en ella y van despertando las tantas veces
que en la rutina de jugar en la gran cocina de la Mamá esos aromas eran
parte cotidiana.
Casi está por dejar que una lágrima de cuenta de su tristeza cuando decide que mejor sonreír a todos en la mesa y decir...
¨ Mi Mamá me enseñó, espero que me haya salido bien ¨
Pedro, por pura rutina autoimpuesta, de esas que ordenan...
¨
Usted haga lo que tiene que hacer, no discuta, ahora mismo¨. Salió
temprano con su bicicleta, los músculos parecen de madera y duelen, el
pecho empieza con el jadeo, las manos crispadas por el frío y la
sensación de que ¨ Hoy no, hoy no, mejor me vuelvo y mañana si... ¨
Pero, lo dijimos, Pedro es hombre de escasas luces y mucha disciplina.
Va
recorriendo lugares, la esquina del Guri, la plaza de Chacras, la
Pueyrredón y ya casi está llegando a la Almirante Brown, quejándose de
qué pasa esta mañana que no vienen cuando...
El cuerpo se calentó, las piernas tomaron cadencia, el aire fresco entra y es puro gusto y hay algo que se
desprendió de él, sus quejas, sus enojos, sus nos puedo.
Pedro, una vez más, siente que su cuerpo sigue siendo un buen amigo, nada menos.
Cuando
Fabiana entra al gimnasio apenas con su timidez se atreve a un beso
ligero a Ariel, luego, como alumna obediente hace todo lo que él le
indica que tiene que hacer, no puedo no darse por aludida que a ella le
pide un poco más que ninguna.
Demora ella y también Ariel el momento de dar por casi terminado el día, los dos saben que ahora viene lo mejor.
Ariel con sobria profesionalidad le ayuda a elongar, Fabiana con aptitud indiferente se deja manejar.
Fabiana y Ariel sienten que el beso, rápido y
casual, de despedida, es una promesa de:
-Mañana vuelvo.
-Mañana volvé, te espero.
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