Lisandro ya aprendió, de a malas, que a Lucía no la va a parar nunca.
Ella se
siente, y tiene con qué, una reina, una Syrah: con mucha estructura, el
poco agua que tuvo la hizo intensa en aromas y gustos, cuando se entrevera con
una Cabernet Sauvignon discuten y discuten.
En cambio, con Lisandro, un blanco, Viognier, un puro melocotón -como invitado siempre-,
nada de discutir.
¿Quién lo hubiera pensado?
Son la pareja perfecta.
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