Juan, como casi todos los hombres,
sólo sabe de sus desesperaciones, lo necesita al dinero, al éxito, al
sexo para calmar, un poco, al menos, esa atávica desesperación de
sobrevivir.
El vino le enseñó que hay tantos vinos diferentes como diferentes momentos para tomarlos.
A media mañana, con la fuerza intacta, un sorbo de Sauvignon Blanc con soda y limón lo refresca, y la acidez le despierta ganas.
Al mediodía, un merlot, suave, le da las señales de que baje un poco la marcha, que el día es largo.
Sin duda al atardecer es momento de un Malbec, decidir que ese día fue
un buen día, aún cuando todavía no se note, pero fue un buen día.
A
la noche, es noche del premio, del "ahora sí", del "ahora puedo". Y abre un Cabernet Sauvignon y dejando que el vino se entrometa en su alma.
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