Ahora quiere otro tipo de cuentos: los cuentos del vivir.
"Bajá al sótano y traéme una botella de..."
Pedrín baja, la trae, también una madera, un cuchillo de buen filo y un pedazo de salame y queso, más pan de grasa.
Pedro
deja que el vino se abra, lo mira a Pedrín, con la misma mirada que
miró a su hijo Pedro, pero más tranquilo; para eso son los nietos, para
el puro gusto. Y comienza:
Este es un Sirah, es vino de aventuras, de entrar a los desiertos, de trepar montañas, de cabalgar al horizonte, es un vino romántico.
Y
le cuenta como fue que antes de casarse -se casó grande Pedro- se subió
a un barco mercante que iba al África, ahí se bajó y por ahí anduvo,
juntando cuentos.
O,
quizás, tuvo ganas de un Cabernet Sauvignon, que es vino para atreverse a
todo, a la ambición y al éxito, es para pelear y ganar y ahí le cuenta
de sus negocios de importar marfiles y exportar vinos.
Si
fue un Malbec son cuentos de Amigos, esos que siempre estuvieron ahí,
disponibles, listos para los abrazos, las ayudas y los llantos -que también los hubo-.
Hay mañanas de calor en donde le pide un Sauvignon Blanc, lo hace enfriar y le cuenta:
"Nada como el mar, él juega con vos, sus olas parecen que ya llegan
atropellando, pero se desarman y te acarician, así las mujeres del
verano, hay que aceptar con ellas que te abandonarán, pero, qué
recuerdos te dejan..."
Ya está bueno con mis cuentos, ahora contáme vos, le dice Pedro a Pedrín que ya empieza a tener los suyos.
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