Se pierden los detalles y sin detalles que atender lo único que les queda es la burda embriaguez que en el vino es un ultraje,
porque la embriaguez del vino es un recorrido minucioso por los sentidos.
Se encienden los brillos de la copa y de las miradas.
Los aromas se hacen presentes con el bullicio de un Torrontés o la elegancia de un Merlot, en boca, la tersura de un Malbec o la dureza de un Cabernet Sauvignon, el refrescar alegre de un Sauvignon Blanc o la untuosidad de un blend con madera.
Y ni hablar de esos fuegos artificiales de los gustos que insisten en los aromas y como ellos, siguen titilando en las pupilas cuando ya se apagaron.
Tomar vino es anticipar el gusto del besar y, cuando ella, advirtió que uno no era para siempre, su recuerdo.
Sin duda que la embriaguez es condición del vino.
No cualquiera, la que convoca a La Magia.
porque la embriaguez del vino es un recorrido minucioso por los sentidos.
Se encienden los brillos de la copa y de las miradas.
Los aromas se hacen presentes con el bullicio de un Torrontés o la elegancia de un Merlot, en boca, la tersura de un Malbec o la dureza de un Cabernet Sauvignon, el refrescar alegre de un Sauvignon Blanc o la untuosidad de un blend con madera.
Y ni hablar de esos fuegos artificiales de los gustos que insisten en los aromas y como ellos, siguen titilando en las pupilas cuando ya se apagaron.
Tomar vino es anticipar el gusto del besar y, cuando ella, advirtió que uno no era para siempre, su recuerdo.
Sin duda que la embriaguez es condición del vino.
No cualquiera, la que convoca a La Magia.
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