Bueno,
Marcela se lo mereció, se hizo esperar pero cuando apareció le rompió
la cabeza a Marcelo, toda chica Charleston, vincha con plumas, flequillo,
vestido con flecos, mucho, mucho maquillaje y risas, muchas, muchas risas.
Manos Morenas es para puras fiestas, el saltibanqui del anfitrión, como el personaje de Cabaret, te dice:
"Hoy, vivíla toda, mañana... nadie sabe"
Noche
de los veinte, donde las mujeres entienden que lo suyo es ser amadas,
no discutidas, no aprobadas, nada de feminismos toscos y enojosos.
Desde
la altura de sus stilettos rojos, Marcela, como un pollito, va de aquí
para allá, con su pequeñísima cartera de hilos de plata y sus largos
collares de perla.
Ya
es tarde, la música insiste, repitiéndose y, como les sucede a las
Princesas, hubo un momento mágico, Marcelo le trajo la última copa de
Champagne Rosé, ese donde el dulzor se decide.
Y, como final de Cuento, la descalzó.
Marcela, sin sus bellos y torturantes Stilettos y esa copa de Champagne Margot Rosé, no dudó, por fin le sucedía.
Tener una Noche de Amor de Película.
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