lunes, 17 de septiembre de 2012

Hay acaso, mujer alguna, que no le crea a sus zapatos...

No hay modestia, discreción ni menos que menos falta de fantasía cuando eligen sus zapatos.
 
Desde la Cenicienta, con sus zapatos de cristal, en adelante, no hay duda, todas las mujeres dan por obvio que los Cuentos, mágicos por supuesto, no hay otros que valgan el derecho a llamarse así, comienzan y o suceden alrededor de sus zapatos.
 
Mirar sus rostros cuando una vidriera los ofrece es descubrir, por fin, de que trata la Iluminación.
 
Sus miradas resplandecen con la humedad de lágrimas que se detienen, su boca intenta, sin lograrlo que su lengua golosa se quede quieta y sus dientes muerden sus labios tratando de acallar vaya a saber qué gritos.
 
Siempre hay un zapato que es su perdición personal, decidir comprarlo no es sólo un tema económico ni de que hagan juego con los vestidos, es mucho más difícil.
 
Ese zapato tiene, sin duda, la condición mágica, como los de la Cenicienta, de reclamar ir al Baile del Palacio, a bailar con el Príncipe, si no a qué ir.
 
A los hombres torpes, ingenuos, presuntuosos sólo nos queda, tratar de hacer como si, como si de verdad fuésemos Príncipes.
 
No nos confundamos, ellas saben que no, pero, por sus zapatos, para que ellos no se desilusionen, hacen, también, como si nos creyeran.

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